sábado, 12 de mayo de 2012

¡ La llegada !

       



          Totalmente exhausto llegaba a meta.

          Se fue deteniendo inclinando la cabeza hacia atrás, intentando de esa manera conseguir que la traquea se despejase y una nueva bocanada de aire puro inyectase sus pulmones totalmente deshinchados.

       Los pies doloridos por el tremendo esfuerzo acometido comenzaron a realizar pisadas lentas e imprecisas, ofreciendo una cadencia desincronizada.

          Los brazos, como los alones plumones del polluelo recién nacido, aleteaban en pequeños círculos laterales sin sentido de la orientación intentando detener la carrera.

          El sudor cubría implacablemente todo su cuerpo, intentando neutralizar el calor irradiado por su organismo.

            Plash, plash, plash. La última pisada. Los pies en paralelo, con lentitud poso sus manos sobre las rodillas, adelanto la cabeza por delante de los hombros a la altura del pecho, mientras intentaba acaparar nuevamente todo el aire del estadio, comenzó a vomitar. La primera oleada de angustia rememoraba el agrio sabor de sus iniciales papillas de la infancia recién devueltas. El amarillo del bilis tinto la segunda avalancha de fluidos expulsados sobre la pista.  La tercera vez, tan solo los restos de una vida sin estrujar se escapaban en hilillos de saliva largos y profusos.

          El cerebro lanzaba señales de emergencia a todo el organismo, el colapso estaba a punto de bloquear completamente todos sus músculos y paralizar la actividad vital de su cuerpo, anulando absolutamente todos los esfuerzos por continuar funcionando.

         Fue en ese preciso momento, cuando los flashes intermitentes de sus últimos meses de vida comenzaron a atropellarse en su mente. Decenas de miradas le contemplaban desde la atalaya del esfuerzo, cientos de risas se desplazaban por su cabeza indicándole los ratos de amistad que ocuparon sus entrenos, el olor a vida discurriendo por los campos mojados en invierno, embarrados en otoño, abarrotados de polen fresco y embriagador en primavera y seco y mortal en verano. Kilómetros en solitario ocupando retazos de su vida repletos de sensaciones placenteras, aderezados con un esfuerzo incomprensible por superarse a si mismo, sin recibir compensación material alguna, solo su paz interior, su amor por si mismo y por ese endiablado deporte.

          La mismísima energía de los dioses del Olimpo se apodero de su corazón vacilante y comenzó a palpitar rabia por las venas, orgullo por sus arterias y vida, relax, alegría y felicidad exhalándose a raudales por cada una de la células de su resecada piel. El oxigeno inundo las neuronas de su cerebro y como un destello divino vio la luz del triunfo, la estrella del sufrimiento recompensado, vio como el mundo se postraba a sus pies mientras se hacia uno, a la vez parte de un  todo, con una curiosa sincronización con el mundo circundante.

          Unos inexistentes hados, le cogieron con sigilo de las axilas y lo auparon a la vertical, se incorporo y se detuvo un pequeño instante a contemplar como el estadio al completo ovacionaba su proeza.

          Sonrió durante unos segundos, sus segundos, su momento, su instante poderoso, hasta que por fin se percato de la realidad y se vio rodeado de infinidad de corredores que como él, se detenían extenuados  tras completar corriendo contra el tiempo, 42195 metros. La distancia de los elegidos.

          Del último rincón de su ser, apareció una entrañable lagrima de satisfacción en honor a la persona mas importante de su vida y por ella, comenzó a dar los siguientes y tambaleantes pasos, mientras el mundo recobraba a otro de sus grandes y desconocidos héroes.


El atleta de maratón.


1 comentario:

  1. Sin lugar a dudas, me pasare a echarle un vistazo a tu blog, aunque en estos tiempos que corren tengo casi menos tiempo que dinero :) Cualquier forma de expresar nuestros sentimientos o nuestras locuras-racionales es digno de visitar. Gracias por tu visita. Nos vemos!!!

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