viernes, 12 de abril de 2013

Aquel día Aquarius


       


         Me pasabas la colilla del porro mientras nos reíamos tirados por el suelo, nos mirábamos como bichos raros al paso que nuestras pupilas buscaban un sitio fuera de las órbitas de nuestros enrojecidos ojos.

         Una amplia sonrisa, el cabello totalmente desordenado, largo hasta los hombros y con cadenciosas briznas de hierbajos enroscadas en los lacios mechones del pelo, las camisas con sus faldones por fuera, blancas antes de salir de viaje.

         El chaleco, aun lo recuerdo, roído por el uso, brillaba, no por la nobleza de la tela, sino por lo curtido del tiempo, al tratarse de una de las piezas del traje de boda de tu añorado y entrañable abuelo y del indiscriminado uso que hacías de el; una media luna prendida en la solapa izquierda, de una precioso color morado, brillante por la película de laca incrustada, y con unos sugerentes dibujos; el librillo rojo de "smoking" sobresaliendo inocente del bolsillo pequeño derecho de la prenda.

        Vaqueros, muchos vaqueros por todos sitios, era la ropa de etiqueta de la época y no podrías encontrarte en aquel inmenso parque otro tipo de prendas que no fuesen esas.

        Un grupo de Hare-Krishnas, totalmente rapados, con sus carazterísticos atuendos naranjas y acompañados de gran jolgorio y un curioso sonido de platillos y mantras pegadizos pasaban por el camino principal del paseo y como con un resorte, saltabais los dos a la vez, intentando simular sus brincos, bailes y tántricos cánticos  desde el más sano de los respetos, pero con la mayor de las guasas posibles.

         El zumbido placentero del humo blanco se sofoco con los restos de un potente trago de cerveza que aun quedaba en una de las litronas. Los brazos de ambos se apoyaron en los hombros del compañero y con el equilibrio compartido, pudisteis evitar una inminente caída provocada por los devastadores efectos de una risa interminable.

         Un resquicio de lucidez capitalista te recordó que el enorme montón de vidrios de cascos  de cerveza vacías que teníais a vuestras espaldas, debíais de trasladarlos inminentemente al bar de la esquina, para con el importe del valor de los mismos poder adquirir un par de cervezas más para poder sofocar la deshidratación provocada por los efectos del cannabis y así no maltratar en exceso vuestra paupérrima economía.

         La tarde fluyo con una inocencia absoluta, las risas sucedieron al cansancio, el grata  sensación de infinita permanencia de una amplia sonrisa en vuestros gestos, comenzó a molestar los músculos de los maxilares y las oportunas pero disparatadas ocurrencias fueron amainando con el paso de las horas.
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        El momento de partir llego, y pese a los despistados de vuestros inexistentes "gepeeses" mentales, lograsteis llegar a tiempo a los recónditos aparcamientos donde hacia más de 12 horas estaban vuestros  autocares militarmente estacionados.

        Exhaustos, os sentasteis por la parte media del autobús y mientras salíais de la curiosa ciudad de Sigüenza y compartíais los gratos momentos que os habían aportado aquel maravilloso día, notaste como la fatigada cabeza del "Richi" se depositaba agotada sobre tu hombro totalmente dormido, y tu, como buen samaritano, te girabas con cuidado y te quedabas en silencio e inaudita quietud mientras hacías buen uso de la  colilla del ultimo porro que rulaba por tu rededor.

        Aun no habías cumplido los 18 años y tenias la extraordinaria sensación de haber disfrutado de un día que jamas llegarías a olvidar.

        A partir de entonces los días de conmemoración de tu región se fueron sucediendo irremisiblemente, pero desde aquella jornada, hablarte del día de Castilla la Mancha, era motivo más que suficiente para hacerte esbozar una enorme sonrisa instintivamente.

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