lunes, 4 de julio de 2011

La litrona y la papelera.

          Estática y en silencio, no paraba de pensar. En realidad no es que buscase una explicación metafísica al porque, en momentos como ese, no tenia el poder para autoteletransportarse. Simplemente miraba fijamente su evidente destino, que no entendía el motivo por lo que continuaba allí.
          Pese a que la superficie de ambos lugares eran madera de idéntica índole, pese a que los listones mal barnizados y cuyo baño protector para el agua había languidecido con prontitud por la mala calidad de lo que estaban fabricados, los dos eran de la misma hornada, la disposición formaba objetos distintos y ella en su enorme ignorancia veía con tristeza que no se encontraba en el lugar adecuado.
           Recordaba con alegría aquel ansiado momento en que fue adquirida por unos ilusionados chavales, que mientras la depositaban en una anónima bolsa de plástico blanca con sus gélidas gotas escarchadas por el frió del congelador donde se hallaba dormitando, soñaba con convertirse en el centro de atención durante unos instantes, del mundo para el que había sido destinada, centro de tertulia y de ronda mientras animadas conversaciones giraban en rededor suyo.
          Aquellos momentos fueron fantásticos, vio por fin casi todo su ciclo completado, las risas le llevaban de las manos de unos a los labios de otros, mientras con el honor del guerrero su vientre se iba vaciando aun a costa de su final.
          La risas continuaron y sin grandes miramientos, aunque había cumplido su misión con un éxito predecible, la chavaleria, la deposito sin prestarle gran atención sobre aquella incomprensible esquina, sin entender porque no le permitían acabar el anhelado "descanso del guerrero" en el sitio ubicado para tal fin.
          Y así se prolongo la noche, y tras ella la mañana emergió y se volvió a despertar sumida en su sueño de llegar hasta el principio de su fin, hasta el lugar no mas allá de un metro donde debía estar depositada para cerrar el circulo de su existencia.
          Mientras continuaba con sus diatribas llegue yo, la mire con delicadeza y maldije el egoísmo juvenil que no fue capaz de finalizar su cometido pese a que casi era mas difícil dejarla allí en el banco que introducirla en la papelera.
          Con el móvil última generación la fotografié, y como si de una reina se tratara, sujetándola por el cuello con la mano derecha y por el bajo vientre la izquierda, la coloque lentamente dentro de la papelera, prometiendole, que en su nombre, y en el de todos aquellos bravos litros de cerveza que nos animaron y refrescaron nuestras vidas, le haría una oda de gratitud ante su labor y de incomprensión frente a la desfachatez de los jóvenes que no eran capaces, de haberla puesto en la papelera, en lugar de la esquina del  banco.

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