jueves, 30 de junio de 2011

Aún recuerdo sus manos

          Atrás quedaban los malos rollos. Sin rumbo, bostezaba sin parar, pues las altas horas de la noche solo te podían empujar al estado de duermevela en el que me encontraba en aquel momento.
          La tensión había desaparecido con tanta rapidez, que hasta el esfínter se había relajado y unas terribles ganas de orinar me entraba de manera imperativa.
          Mire en rededor mio, buscando un rincón apagado, las puertas desgastadas de algún garaje o en el peor de los casos, algún nauseabundo contenedor de basura. Pero no, solo encontré las luces enrevesadas de neón de una casa de citas, por no decir casa de putas, que siempre son denominaciones que conllevan ciertas connotación despectiva, y nada mas lejos de mis intenciones.
          Con los nudillos doloridos por el frío, sacudí los cristales diminutos de la pequeña ventanita situada en el centro de la puerta, protegido por una rejilla ornamental de hierro fundido y pintada del mismo verde esmeralda del resto de la entrada.  
           Al abrirse la hoja metálica,  una mirada desafiante observaba mi silenciosa y encogida figura, al tiempo que sus ojos me preguntaban que narices quería a aquellas tristes horas y con la gélida noche que nos estaba envolviendo.
- ¿No querrás cobijo? - Me espeto con desprecio demostrándome sin disimulo alguno, que si no tenia intenciones de consumir sexo podía reapretarme dentro del verde caqui de mi guerrera y continuar con el absurdo paseo nocturno.
- Si me disculpas y eres tan amable, me apetecería pasar y echar una ojeada - Tanta corrección le pillo por sorpresa, pero supongo que aquella aclaración era mas convincente que decirle claramente mis verdaderas intenciones.
- Estábamos para cerrar, pero siempre hay tiempo para un valiente perdido. Con el frío que esta envolviendo la noche.
          Y tanto que frío, - pensé - como que solo me apetece mear y con suerte tomarme una taza de café caliente.
          Pero todos los esquemas se hicieron añicos en el momento que la cortina mugrienta del pequeño pasadizo que dividía la estancia social del bar,de la particular junto a los dormitorios, sonó tintineando los pequeños cristales de plástico de colores de los que estaba compuesta, al chocar unos con otros empujados por aquellas lindisimas manos.
           Era la primera vez que me fijaba en las manos de una mujer antes que en sus ojos y sus pechos, y no siempre en este orden, pero me llamo poderosamente la atención aquella manera de moverse y aquel color de ébano brillante, punteadas por unas uñas blancas y perfectas.

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