Cuando intentas aglutinar todos tus pensamientos en un frasco transparente, cuando la desolación hace mella en las aristas de tu estabilidad, es cuando vuelves a tirar de lo mas hondo de tus entrañas y consigues salir a flote.
Pero lo curioso es que los motivos por los que restableces lo definido, las causas a las que debes tu resurrección no eres tú, sino los demás, tu gente.
Y no es que quieras ir de héroe de pacotilla, es que te debes a ellos en cuerpo y alma y tienes que ser tú quien vuelvas a coger las riendas, aun sin recordar como se montaba a caballo, aun con el contratiempo de tener los ojos velados por la ira, frente al periodo de tiempo que te ha tocado respirar, con todos sus juegos de olores y absurdos pliegos embriagados, donde se detallan las reglas de un juego al que no te apetecía envidar.
Pues tus ritmos sosegados, tus triunfos personales te invadían con plenitud y no deseabas cambiar ni un ápice el curso de tu vida. Pero las circunstancias cambiaron y no consigo salir del mar de lamentaciones en el que me sumo cuando no logro despejar las dudas en las envuelvo, para poder encontrar un final adecuado y duradero a la empresa que me ha tocado realizar, sabiendo que, ni todos jugamos con las mismas cartas, ni a todos nos piden ensayar el mismo baile, aunque al final todos sepamos opinar sobre cosas que desconocemos o ni siquiera intuimos.
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